José Antonio Gil Yepes, director de Datanálisis y experto en Planificación Estratégica, Investigación de Mercado y Opinión Pública, asegura que el fin del rentismo en Venezuela requiere de cambios en todo el sistema económico, político, social y cultural de la nación. Fotografía: Página web de Fedecámaras.
Guacamaya, 11 de septiembre de 2025. Dice la teoría sociológico-política que los grupos de interés deben tomar como patrón de referencia para organizarse la forma de organización que tenga el sector público que pretendan influenciar. De lo contrario, no tendrían éxito en sus gestiones de cabildeo para influenciar los procesos de toma de decisiones sobre las políticas públicas que impactan sus intereses.
Mientras la economía fue agropecuaria, rural y en manos privadas, las principales cámaras empresariales fueron las de Maracaibo, Puerto Cabello, La Guaira, Carúpano, etc., sedes de los principales puertos de exportación de esos productos, y no había mayor coordinación entre ellas. Al surgir el ingreso petrolero captado por el Estado, el gobierno de Juan Vicente Gómez logró incrementar la concentración del poder político a través de la modernización del Ejército, el crecimiento del poder recaudador y de políticas económicas.
Justamente, entre las políticas económicas, se dio el desarrollo acelerado de la industria petrolera en manos extranjeras, la sobrevaluación de la moneda, la concentración del gasto público en las ciudades y la movilización de la economía —en función del gasto público y no de la inversión privada—. Todo esto sirvió para frenar las exportaciones no petroleras y concentrar el poder político en el grupo en el poder.
De allí surgió un Estado altamente centralista, estatista, presidencialista, partidista, populista, rentista y, según este último rasgo, se fue organizando para repartir la renta petrolera (a pobres y ricos) y, con ello, reducir el pluralismo político al mínimo y convertirnos en monoexportadores.
Así fue necesario reorganizar el movimiento gremial y, en 1944, surgió Fedecámaras, un grupo de interés que debía también ser centralizado y entre cuyas actividades debía incluir cabildear sobre los criterios y beneficiarios del reparto de la renta. El empresariado también insistió en la «siembra del petróleo» que recomendó Arturo Úslar Pietri en 1936, pero eso diversificaba las exportaciones y, por ende, las fuentes de poder político. Tal hecho no le ha interesado a ningún gobierno de los últimos 100 años, con las excepciones de las administraciones de Isaías Medina Angarita, Carlos Andrés Pérez II y Ramón Velázquez.
Este modelo, económicamente absurdo, pero políticamente intencionado, se reforzó con la revolución de la política petrolera en 1973, según la cual el ingreso petrolero crecería, no por aumentos de volumen, sino por incrementos y manipulaciones de precios. Este disparate, causante de la sustitución del petróleo por otras fuentes de energía, añadió nuevas limitaciones a las ya existentes. Entre ellas, la volatilidad de las variables macroeconómicas, la inflación, el incremento de los intereses, los ajustes –inútiles e insinceros– de la economía y la reducción de la inversión privada y de los sueldos reales. De allí que, en el siglo XX, el país nunca lograra tener menos del 60 % de pobreza y esa sea la clave para entender el fin del Pacto de Punto Fijo en 1998, a lo que se suma la caída de la producción petrolera a partir de 2014.
Al reducirse la renta, el Estado y los sectores tendrán que reorganizarse. De hecho, ya el Gobierno lo está haciendo porque está dejando de vivir del ingreso petrolero y de justificar sus malas gestiones repartiendo renta y creando compromisos para que los receptores guarden un silencio mal llamado «prudencia». Estos términos se invirtieron en la medida en que el gobierno vive de impuestos, cada vez más altos, y de la enorme cantidad de dinero que se ahorra pagando sueldos inimaginablemente bajos e invirtiendo el mínimo posible en infraestructuras y servicios públicos.
En esta transformación, el gobierno, sin quererlo, está induciendo una revolución democratizadora porque el pago de mayores impuestos a cambio de servicios públicos insatisfactorios provoca que los sectores de la sociedad se reorganicen para exigir cuentas. Esto es lo que va a pasar: Los estudios sobre el origen de las democracias pluralistas más desarrolladas del mundo, como las del norte de Europa, destacan que su origen está estrechamente ligado al binomio «mayores impuestos-mayor rendición de cuentas o revolución».
La transformación que todavía no ha ocurrido es que el gobierno no ha convocado a las empresas y trabajadores a incrementar sus aportes económicos. De hacerlo, pudiera lograr mayores pagos de impuestos, no por subir las tasas, sino por aumentar el número de contribuyentes. Esto se lograría desmontando las telarañas que se han tejido por unos 90 años. Así, se evitaría el crecimiento del pluralismo democratizador si las empresas, sus trabajadores, los profesionales y la mano de obra especializada fueran liberados y convocados a invertir, producir, emplear, pagar mejores sueldos y a diversificar las exportaciones del país.
Lo que quede del rentismo no se explicará por un repunte substancial de la renta, sino porque no se hayan implementado las políticas económicas que faciliten diversificar las exportaciones. No será fácil «crecer hacia afuera» mientras no cambie el combate de la inflación mediante políticas empobrecedoras basadas en restricción de liquidez, acopladas a altos impuestos.
Mientras tanto, tendremos que tratar de «crecer hacia adentro». Esa idea me la dio un señor muy sabio hace unos 50 años cuando le pregunté: «¿Cómo hace su empresa para sobrevivir si el Gobierno le ha mantenido los precios controlados y fijos a Bs.1 por kilo por más de 10 años?». Con su respuesta, quiso decir que había que crecer internamente, manejando las variables que la empresa controla, en productividad y competitividad, para que el crecimiento en volumen le hiciera rentables las mínimas ganancias que obtendría si y solo si aumentaba sus ventas y participación de mercado.
El movimiento empresarial organizado puede tomar como referencia esta máxima para multiplicar su aplicación y ello sin que sea indispensable que el gobierno cambie las políticas que tiene vigentes.
La clave está en bajar los costos de transacción a través de alianzas entre los eslabones de las cadenas productivas y entre competidores. Los costos de transacción se producen cada vez que: 1. Debemos inspeccionar el bien o servicio a adquirir, 2. Conocer el historial de cumplimientos de la contraparte, 3. Acordar los términos de intercambio, precio, periodicidad, forma de despacho, descuentos por volumen o pronto pago, etc.; 4. Vigilar cada transacción, y 5. Establecer un árbitro a quien recurrir en caso de incumplimientos. La idea es negociar acuerdos permanentes que nos permitan evitar tener que repetir estas cinco acciones en cada transacción.
Las cámaras empresariales serían las llamadas a multiplicar la información, enseñanza y promoción de este tipo de acuerdos para bajar los costos de transacción, «crecer hacia adentro».
Las cámaras sectoriales pueden promover la productividad de sus afiliados a través de acuerdos de cooperación entre competidores, llamados «coopetición». Si bien a algunos esto puede parecerles ilusorio, lo mismo no han pensado altas direcciones de empresas tan relevantes mundialmente, como, por ejemplo, Samsung y Apple, feroces competidores en el mercado de teléfonos inteligentes. Samsung ha suministrado componentes, como pantallas y chips de memoria, a Apple para sus iPhones. En Venezuela, Asoproco, la Asociación de Productores (y exportadores) de Camarones, ha sido el ejemplo más exitoso y relevante de coopetición para acopiar producción, montar instalaciones conjuntas de procesamiento y poder exportar en cantidades que ningún miembro de esta asociación podría haber hecho individualmente.
Las cámaras regionales son la plataforma adecuada para promover alianzas entre los diversos eslabones de las cadenas de producción y servicios, pues se trata de cámaras cuya membresía es compartida por diversos sectores y sus miembros están ubicados en localidades cercanas. La metodología para desarrollar este movimiento está probada y se llama «Mercadeo de Localidades». El proceso consiste en congregar un Grupo Promotor público-privado local y escoger las actividades económicas más competitivas de la localidad. Con ello, identificar las fortalezas y debilidades de cada eslabón de las respectivas cadenas productivas, promover inversiones para incrementar la competitividad de dichos eslabones y proyectar la imagen y programas locales para atraer inversionistas y mano de obra calificada.
Estos dos movimientos suponen «un reencuadre psicológico» en las relaciones gobierno-empresa, empresa-empresa y en nuestro enfoque de la planificación estratégica. Mientras fuimos un país rentista, dichas relaciones y encuadre psicológico fueron predominantemente verticales, entre cada empresa o cámara y el Gobierno. Pero este enfoque se agotó en la medida en que el actor que está arriba ahora no da, sino quita. Actualmente, se trata de encuadrarnos mental y socialmente para planificar y crecer mediante relaciones predominantemente horizontales, empresa-empresa, promovidas por las cámaras.
Fedecámaras y las federaciones sectoriales tienen la palabra para mover estos dos enfoques de la cooperación entre empresas, y cuentan con una alta representatividad y credibilidad para promoverlos. El financiamiento podemos conseguirlo también por nosotros mismos a través de los mecanismos bursátiles que ofrece la –creciente– Bolsa de Valores de Caracas; a lo cual se sumaría la recuperación del crédito bancario cuando bajen los encajes. Y bienvenidas serán las iniciativas gubernamentales para «remar juntos», enfocadas en un nuevo modelo posible menos vertical y más horizontal.