La IEA advierte que sin inversión constante, la producción mundial de petróleo caería 8% cada año

Sin una inversión continua en estos campos, el mundo perdería el equivalente a la producción combinada de Brasil y Noruega del balance petrolero global cada año. Fotografía: Galería multimedia de la IEA

Guacamaya, 17 de septiembre de 2025. Un nuevo informe de la Agencia Internacional de Energía (IEA) lanza una alerta contundente: la producción global de petróleo y gas depende críticamente de inversiones permanentes para evitar un colapso acelerado. Según el estudio, sin nuevas inyecciones de capital en los campos existentes, el suministro de crudo caería en promedio un 8% anual durante la próxima década —unos 5,5 millones de barriles diarios menos cada año—, mientras que el gas natural retrocedería un 9%, equivalente a toda la producción actual de África. Sin una inversión continua en estos campos, el mundo perdería cada año el equivalente a la producción combinada de Brasil y Noruega del balance petrolero global.

El análisis señala que el debate sobre el futuro energético ha estado demasiado centrado en la evolución de la demanda, dejando de lado un aspecto clave: el agotamiento progresivo de los yacimientos. Los datos son claros: cerca del 90% de la inversión anual en exploración y producción desde 2019 se ha destinado únicamente a compensar la declinación natural de los campos, y no a responder al crecimiento del consumo. En 2025, la inversión global en upstream se estima en 570.000 millones de dólares, una cifra suficiente para sostener un modesto crecimiento de la producción, pero que deja poco margen: una leve reducción de capital podría ser la diferencia entre expansión y estancamiento.

El panorama actual muestra un cambio estructural: en el año 2000, los campos convencionales representaban el 97% de la producción mundial de crudo; en 2024 esa proporción cayó al 77% por el ascenso de recursos no convencionales, como el shale y el tight oil. Sin embargo, la producción global sigue descansando en un puñado de supergigantes ubicados en Oriente Medio, Eurasia y Norteamérica, responsables de casi la mitad del petróleo y gas del planeta.

Las tasas de declive varían según el tipo de campo: los supergigantes caen a un ritmo anual de apenas 2,7%, mientras que los yacimientos pequeños superan el 11%. Los campos en tierra firme disminuyen en torno al 4,2% anual, frente a un 10,3% en aguas profundas. Oriente Medio exhibe la menor tasa de declive (1,8%), gracias a sus vastos campos terrestres, mientras que Europa registra la más alta (9,7%) por su dependencia de campos offshore.

El informe subraya que los recursos no convencionales son los más vulnerables: si se interrumpiera la inversión en shale y tight oil, la producción caería más de un 35% en un solo año, y otro 15% adicional al siguiente. Esta dinámica convierte a Estados Unidos en un actor más frágil frente al declive, mientras que países con supergigantes convencionales, como Arabia Saudí o Rusia, tienen un colchón más estable. De hecho, la IEA estima que sin nuevas inversiones, las economías avanzadas sufrirían una caída de 65% en su producción en diez años, frente al 45% en Oriente Medio y Rusia.

Para mantener la producción actual hasta 2050, el mundo necesitaría incorporar más de 45 millones de barriles diarios adicionales desde nuevos campos convencionales y unos 2.000 bcm de gas natural. La agencia calcula que existen 230.000 millones de barriles de petróleo y 40 billones de metros cúbicos de gas ya descubiertos pero aún no aprobados para desarrollo, concentrados en Oriente Medio, Eurasia y África. Sin embargo, desarrollar estos recursos exige tiempos largos: en promedio, casi 20 años desde la concesión de una licencia hasta el inicio de producción, lo que plantea un desafío frente a la urgencia de la transición energética.

¿Qué Implicaciones tiene lo señalado en el informe para Venezuela?

La advertencia de la IEA resuena con fuerza en Venezuela. Pese a contar con la Faja Petrolífera del Orinoco, uno de los mayores depósitos de crudo extrapesado del mundo, el país enfrenta una situación crítica: años producción en declive,  casos de corrupción admitidos por el gobierno, infraestructura envejecida, sin inversión nacional y un flujo limitado de inversión internacional debido a sanciones y aislamiento financiero. En un contexto donde la mayoría de los campos globales ya declinan de forma natural, la falta de capital y tecnología agrava la erosión de la plataforma productiva venezolana. Esto no solo limita los ingresos fiscales y la capacidad exportadora, sino que también amenaza con marginar al país de los beneficios que podrían derivarse de eventuales ciclos de altos precios del crudo.

En conclusión, la IEA recuerda que el futuro energético no depende solo de la evolución del consumo, sino de la capacidad de sostener la oferta frente al agotamiento natural de los pozos. Un desafío global que, en el caso venezolano, se entrelaza con la urgencia de resolver un agudo, complejo y costoso conflicto político y financiero para evitar que sus enormes reservas terminen convertidas en un recurso inmovilizado atrapado en el suelo en medio de un aislamiento internacional que lleva años prolongándose.

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