La población de Sweida, que se encuentra al suroeste de Siria, cerca de la frontera con Jordania se le conoce como Pequeña Venezuela. Fotografía: redes sociales
Guacamaya, 21 de julio de 2025. En el corazón de la estepa siria, a cien kilómetros al sur de Damasco, se alza As-Suwayda, una ciudad de piedra negra y memorias compartidas. Los locales la llaman La Pequeña Venezuela, y no es solo un apodo: allí cada detalle parece guardar un eco de nuestro país, cada casa atesora una historia con acento venezolano
En los cafés del zoco todavía se escuchan canciones de Simón Díaz entrelazadas con las de Fairuz, y en las paredes cuelgan fotografías familiares donde nietos venezolanos posan junto a abuelos drusos en algún ciudad venezolana. ”.
“Venezuela sigue en nuestro corazón”, se repiten las familias marcadas por la migración a Venezuela y el retorno, con una nostalgia que parece más fuerte ahora, en medio de la pólvora.
Todo el mundo allí tiene algún primo, sobrino, nieto o una tía en Maracay, Maracaibo, Valencia, Punto Fijo, Margarita, en Caracas o en Ciudad Bolívar. Desde los años 50, los drusos de Suwayda emigraron a tierras venezolanas, buscando futuro en las minas de oro, en los cafetales y más tarde, en los pozos petroleros. Algunos volvieron con hijos y nietos que hablaban español. Otros se quedaron allá, pero mandaron de vuelta dinero, cartas, ropa y, sobre todo, un pedazo de Venezuela que acabó insertándose en la identidad de este rincón sirio.
En adelante, la ciudad no solo fue La Negra, por su basalto volcánico, sino como La Pequeña Venezuela.
En el año 2009 , cuando el entonces presidente venezolano Hugo Chávez tejía lazos con el gobierno de Bashar al-Asad, la relación se volvió oficial. El líder venezolano visitó Suwayda y puso la primera piedra del club venezolano en la ciudad. Dió un discurso en el Estadio de fútbol de la localidad “Siento que Damasco es mi hogar y Suwayda es mi casa”, dijo en su intervención.
Muchos ciudadanos se vieron obligados a migrar a Venezuela desde 2011 por la guerra Civil en Siria y los constantes enfrentamientos, años después otros retornarian ante el deterioro de la situación económica y la agudización del conflicto venezolano.
En la comunidad drusa también hubo respaldos y oposición a Bashar al Assad. Muchos de los habitantes de esta localidad protestaron en su contra, otros lo respaldaron y otros tantos lucharon contra las milicias yihadistas de ISIS.
El caso de Hikmat al Hijri: del Caribe a los Altos del Haurán, el líder druso con raíces venezolanas
En medio de la tormenta que sacude a Siria y a su minoría drusa, un nombre resuena con fuerza: Hikmat al Hijri, el jeque que lidera espiritualmente a esta comunidad desde 2012 y que guarda una sorprendente conexión con América Latina.
Al Hijri nació el 9 de junio de 1965 en Venezuela, donde su padre, el jeque Salman Ahmad al Hijri, residía y trabajaba entonces. Pasó su infancia en tierras caribeñas, antes de regresar en su adolescencia junto a su familia a Siria, donde completó sus estudios básicos y luego se graduó en Derecho por la Universidad de Damasco, entre 1985 y 1990.
En 1993 volvió por unos años a Venezuela para trabajar y mantener el contacto con su tierra natal. Sin embargo, en 1998 regresó definitivamente a Siria, estableciéndose en Qanawat, una localidad cercana a Suweida considerada el centro espiritual de los drusos.
Formado en un ambiente religioso tradicional, Al Hijri fue ascendiendo en la jerarquía espiritual de su comunidad hasta que en 2012 sucedió a su hermano Ahmed, quien murió en un accidente rodeado de sospechas. Desde entonces, ha llevado la voz de los drusos sirios en un contexto cada vez más complejo.
El propio jeque conserva su pasaporte venezolano, como también lo hacía su hermano, y forma parte de esa amplia diáspora de venezolanos de origen druso, una comunidad que, antes del éxodo reciente, contaba con entre 300.000 y 500.000 miembros en nuestro pais .
En sus primeros años al frente de la comunidad, Hikmat al Hijri fue un aliado cercano del entonces presidente Bashar al Assad. En 2012 llegó a declarar: “Bashar, tú eres la esperanza de la nación, del panarabismo y de los árabes”, e instó a los drusos a tomar las armas en defensa del gobierno durante las primeras fases de la guerra civil.
Sin embargo, su relación con el poder comenzó a erosionarse tras un incidente telefónico con un general del ejército en 2021, al que calificó como una humillación personal y comunitaria. Esa disputa desató manifestaciones en Suweida, brutalmente reprimidas por el gobierno.
Tras la caída de Assad y la llegada del gobierno encabezado por Hayat Tahrir al Sham (HTS), el jeque saludó el cambio “con reservas”. Pero los enfrentamientos posteriores entre las nuevas autoridades y la comunidad drusa terminaron por romper también esa relación, dejando a Al Hijri como un crítico tanto del antiguo como del nuevo régimen.
En las últimas semanas, mientras Suweida se convertía nuevamente en escenario de combates sangrientos, Al Hijri se ha mantenido desafiante: ha negado haber pactado con Damasco para pacificar la provincia y ha pedido continuar la resistencia “hasta la liberación total de nuestra tierra de las bandas”, refiriéndose tanto a las fuerzas gubernamentales como a las milicias rivales.
Su figura es hoy una de las más influyentes del país, capaz de negociar con presidentes y desafiar a ejércitos, mientras lleva consigo no solo el peso de su comunidad, sino también la memoria de su infancia en Venezuela y el vínculo de miles de drusos con el Caribe. Desde Qanawat, a los pies del Haurán, este líder espiritual representa, quizás, la encarnación más visible de esa larga historia que une a Oriente Próximo y América Latina.
De esa forma en el verano sofocante de 2025, las calles que una vez se llenaron de banderas rojas y gaitas marabinas están teñidas de miedo. Desde el 13 de julio, los enfrentamientos entre drusos y clanes beduinos han convertido la ciudad en un campo de batalla. En apenas una semana, casi 260 muertos y más de 120.000 desplazados. La Media Luna Roja evacúa a las familias beduinas en autobuses, mientras los drusos cavilan entre quedarse a defender su tierra o buscar refugio en las montañas.
Las casas de piedra negra que alguna vez se abrieron para celebrar bodas con hallacas y baklavas ahora guardan silencio tras las ventanas astilladas. Las banderas venezolanas colgadas en los balcones ondean a media asta, ajadas por la guerra. Israel, invocando la defensa de sus “hermanos drusos”, bombardeó edificios del Ministerio de Defensa en Damasco y posiciones en Suwayda, añadiendo fuego a la ya frágil tregua.
Los jóvenes que antes soñaban con viajar a Caracas o Valencia para encontrarse con sus primos y tíos ahora sueñan con sobrevivir a la noche. Sin embargo, las imágenes de separación vuelven a hacerse presentes, mientras algunos observan a las familias que parten hacia Daraa en los autobuses escoltados.
Un conflicto que rebasa fronteras
Lo que ocurre en Suwayda no es solo un enfrentamiento local. En términos geopolíticos, esta pequeña ciudad se ha convertido en un punto de fricción en el tablero de Medio Oriente. Los drusos —una minoría religiosa históricamente aliada del régimen de Asad pero celosa de su autonomía— chocan ahora con los beduinos en un contexto de crisis económica, debilitamiento del Estado sirio y la presión creciente de actores externos.
Israel ha intervenido directamente con ataques aéreos, tanto para proyectar su poder como para presentarse como protector de las comunidades drusas en Siria y en su propio territorio. Para Damasco, mantener el control en Suwayda es clave para demostrar que el país no está fragmentándose más allá de lo ya perdido en la guerra. Y lo fue para actores como Irán y Hezbolá, el sur de Siria —donde está Suwayda— es una zona estratégica para su influencia y su presencia cerca de Israel.
En paralelo, las tensiones sociales, la pobreza y la falta de servicios han encendido las tensiones comunitarias que durante años estuvieron contenidas por la represión o las alianzas políticas. Ahora, esa olla a presión estalla, mientras la comunidad internacional, agotada por más de una década de guerra en Siria, apenas responde con evacuaciones de emergencia y declaraciones formales.
La urgencia de una diplomacia activa
Para los venezolanos, mirar hacia Suwayda no es solo un gesto sentimental: también nos recuerda que estamos profundamente entrelazados con historias de migración, de solidaridad y de identidad compartida. Miles de sirio-venezolanos viven todavía allá, atrapados entre balas, bombardeos y un futuro incierto. En sus casas, en sus documentos, en sus acentos, hay pedazos de Venezuela que hoy sufren bajo las sombras de la guerra.
Venezuela no es ajena a Oriente Próximo. Desde los tiempos de la fundación de la OPEP en Bagdad, en 1960, Venezuela ha compartido con Siria y otros países de la región una visión de cooperación Sur–Sur, de defensa de sus recursos y de solidaridad con las causas de los pueblos árabes. Esa herencia no solo es petrolera: está también en las comunidades migrantes, en las historias familiares, en los valores compartidos de hospitalidad y resistencia.
Hoy, en un contexto donde Venezuela se encuentra con el muro de las limitaciones de su propia crisis interna, es muy díficil esperar una diplomacia a la altura de esa historia y ese nexo tan valioso que remite a la esencia de lo que somos como un país. No es un secreto que el conflicto ha afectado nuestra voz y nuestra presencia ante el mundo pero eso no evita que al menos sobre este tema deba existir una mayor discusión en el debate público puesto que hay vidas venezolanas en riesgo y sin protección.
Desde 2006, Venezuela es Estado observador en la Liga Árabe, un espacio diplomático clave donde confluyen las principales preocupaciones y estrategias del mundo árabe. Aunque su papel es limitado, este estatus le permite interlocución directa con los gobiernos de la región y un canal formal para expresar solidaridad, proponer iniciativas humanitarias y apoyar soluciones políticas. En el caso del conflicto en Suwayda, Caracas podría utilizar su asiento de observador para abogar por la protección de las comunidades druso-venezolanas y por la estabilidad en Siria, mostrando que su participación en la Liga no es meramente simbólica, sino sustantiva. Incluso de cara al futuro debería ser una cuestión relevante en cualquier agenda de política exterior que tenga Venezuela de cara a las próximas décadas
Las familias de Suwayda no son solo “los sirios” o “los drusos”: son los tíos, abuelos y primos de quienes están en Guárico, en Maracaibo, en Puerto La Cruz, Valencia, el Tigre o Caracas. Su suerte también es la nuestra, y su resiliencia, un espejo para nosotros. En tiempos de guerra, recordar que somos parte de esa historia nos obliga a no olvidar la responsabilidad —humanitaria, diplomática y moral— que tenemos hacia quienes, en un rincón del desierto, todavía ondean con cariño una bandera tricolor.
Viendo lo ocurrido con los migrantes venezolanos en Estados Unidos secuestrados y enviados a El Salvador y esta situación en Siria que lleva años se hace necesario que todos los actores en el país puedan plantear una discusión sería para proteger ahora y en el futuro a las comunidades venezolanas en el extranjero.
En julio de 2025, por lo menos alrededor de 300 drusos fueron masacrados muchos con familiares directos en Venezuela.