Michael Paarlberg, exasesor de Sanders: “Para convencer a alguien de que renuncie al poder, hay que ofrecerle algo más atractivo que una celda de prisión”

Guacamaya, 26 de agosto de 2025. Michael Paarlberg es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de la Commonwealth de Virginia. Como progresista y experto en política exterior, en 2020 fue asesor para América Latina de la campaña del senador Bernie Sanders. También es Investigador Principal (Senior Fellow) en el Centro de Política Internacional (Center for International Policy) y Investigador Asociado (Associate Fellow) en el Instituto de Estudios Políticos (Institute for Policy Studies).

Le preguntamos sobre la política de Estados Unidos hacia Venezuela, especialmente desde su perspectiva como progresista. Ha expresado su desacuerdo con las estrategias de las administraciones de Trump y Biden, argumentando que se basan en suposiciones erróneas. Las sanciones deben desaparecer, pero no podemos ser ingenuos con Nicolás Maduro.


P: En una entrevista con eldiario.es, usted afirmó que “Venezuela es un país muy extraño. A mis estudiantes les digo que no es realmente un país latinoamericano, sino un petroestado de Oriente Medio situado en América Latina.” ¿A qué se refiere?

R: Es una frustración constante para mí que gran parte de la política exterior de EE.UU. hacia América Latina y el Caribe se vea a través del prisma de países que no son muy representativos de la región. Durante la mayor parte de la Guerra Fría fue Cuba, pero en los últimos 25 años ha sido Venezuela. No es como el resto de América Latina. Es un petroestado, miembro fundador de la OPEP. Y si bien hay otros países productores de petróleo y gas en la región, ninguno tiene economías tan dependientes del petróleo—y tan vulnerables a las fluctuaciones de los precios globales del crudo—como la de Venezuela.

Como en otros petroestados de Oriente Medio, Asia y África, la “maldición de los recursos” produce burbujas y colapsos económicos. Incentiva la corrupción, el clientelismo y la autocracia. Esta economía petrolera crea subsidios gubernamentales e instituciones que no existen en otros países, como Mercal. Ningún otro país de la región pone a generales a cargo de distribuir pañales. Y, sin embargo, Washington imagina que Venezuela es representativa de América Latina en su conjunto, o de la izquierda latinoamericana, o de las autocracias latinoamericanas, y moldea su política exterior en consecuencia, ignorando a actores mucho más grandes e importantes como Brasil. En realidad, política y económicamente, Venezuela tiene más en común con Irán que con Colombia o incluso con Cuba.

“En realidad, política y económicamente, Venezuela tiene más en común con Irán que con Colombia o incluso con Cuba.”

P: Las administraciones de Donald Trump y Nicolás Maduro han realizado un intercambio entre migrantes detenidos en el CECOT de El Salvador y estadounidenses encarcelados en Venezuela. ¿Podría este enfoque sentar un precedente en las relaciones entre Washington y Caracas, y cuál es su valoración al respecto?

R: Algo que mucha gente en EE.UU. no ha entendido es que no puede deportar unilateralmente a personas a otro país. Tiene que tener un acuerdo de deportación con ese país. Si tiene relaciones hostiles con un país que está produciendo muchos migrantes, como con Venezuela, esto complica las cosas: da a los migrantes argumentos más sólidos para solicitar asilo y hace más difícil deportarlos. También empodera al país que produce la migración para negociar ciertas concesiones de EE.UU.

Maduro calcula correctamente que el éxodo migratorio que produjo su mala gestión—y que fue exacerbado por las sanciones de EE.UU.—se ha convertido en un activo para él, ya que libera al país de disidentes potenciales, da un impulso sustancial a la economía a través de las remesas y presiona a EE.UU. para que se siente a negociar. También calcula que no tiene que cumplir con los términos de esas negociaciones, como hizo con las elecciones fraudulentas. Sin embargo, Maduro sigue siendo económicamente vulnerable, y Trump no está dispuesto a dejar que Maduro tenga todas las cartas. Así, la administración Trump está adoptando un enfoque mixto: amenazar públicamente con una acción militar mientras hace concesiones en privado que también benefician los intereses corporativos estadounidenses. Este parece ser el precedente para las relaciones diplomáticas en el futuro: no menos antagónicas, y que aún podría derivar en conflicto en cualquier momento, pero una relación que aún permite la negociación.

Los gobiernos de Trump y Maduro han llegado a acuerdos para reanudar las deportaciones y han llevado a cabo múltiples intercambios de prisioneros. En la imagen, un avión fletado por el ICE aterriza en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía cargado con migrantes venezolanos deportados. Foto: Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz.

“La mayor parte de la corrupción se parece más a Odebrecht que al Tren de Aragua.”

P: Un grupo liderado por Joseph Humire enumeró presuntos delitos cometidos por el “Tren de Aragua” en Estados Unidos. Sin embargo, InsightCrime ha detectado múltiples entradas falsas. Varias agencias de inteligencia también han negado las afirmaciones de la administración Trump sobre el grupo criminal, incluida la de que está siendo dirigido por Maduro. ¿Cree que se ha construido una falsa narrativa sobre el Tren de Aragua? ¿Está destinada a atacar los derechos de los migrantes venezolanos?

R: No son solo analistas de inteligencia privados los que han contradicho las afirmaciones de la administración Trump sobre el Tren de Aragua (TdA), fue la propia Directora de Inteligencia Nacional de Trump, Tulsi Gabbard, quien luego fue presionada para retractarse de sus declaraciones.

La relación exacta entre la banda y el gobierno de Maduro es turbia, y ciertamente ha habido pactos entre el TdA y ciertos funcionarios gubernamentales como Tareck El Aissami. Sin embargo, no hay pruebas de que las actividades de la banda estén siendo dirigidas desde Miraflores (el palacio presidencial de Venezuela). La opacidad de sus conexiones estatales permite a la administración Trump exagerarlas con el fin de presionar al gobierno de Maduro y facilitar las deportaciones vinculando a los migrantes con pandillas y, por tanto, con el “terrorismo”. También permite a Maduro crear un chivo expiatorio y realizar arrestos mediáticos de individuos como El Aissami para distraer la atención de la naturaleza endémica de la corrupción de su gobierno, la mayor parte de la cual es más pedestre que las pandillas o las drogas: fraude en las contrataciones y lavado de dinero. La mayor parte de la corrupción se parece más a Odebrecht que al Tren de Aragua.

P: Dentro de la administración Trump, parecen existir dos enfoques diferentes sobre las relaciones con Venezuela. Uno aboga por la “máxima presión” para lograr un cambio de régimen, con sanciones e incluso la posibilidad de una acción militar. Mientras, el otro propone un enfoque más pragmático y negociador. ¿Qué cree que les lleva a discrepar e incluso contradecirse públicamente?

R: La política exterior de Trump está dividida entre dos bandos, los neocons y los nacionalistas. Esto refleja divisiones más amplias dentro de la base de Trump: entre los republicanos tradicionales, muchos remanentes de la administración Bush que son más ideológicos e intervencionistas; y aquellos que solo son leales a Trump, piensan que la guerra de Irak fue un error y creen que la política exterior debería servir para hacer negocios.

Marco Rubio es un representante del campo neocon. Aunque jura lealtad a Trump como todos, representa el enfoque belicista de la era de la Guerra Fría que favorece las sanciones de máxima presión y el cambio de régimen. Sin embargo, su poder para diseñar la política exterior se ve socavado a diario por los anuncios de Trump que a menudo contradicen a Rubio. En el otro lado hay figuras como Ric Grenell y Steve Witkoff, ambos enviados especiales con poderes vagos, y personalidades de internet sin cargo oficial como Laura Loomer. Grenell, junto con Loomer, han estado presionando para llegar a un acuerdo con Maduro, probablemente para beneficiar sus propios intereses financieros y los de los aliados corporativos a los que representan.

Esta división beneficia a Maduro, ya que puede enfrentar a los dos bandos, como hizo cuando tanto Rubio como Grenell negociaban con Jorge Rodríguez al mismo tiempo, sin que ninguno lo supiera, y ofreciendo acuerdos diferentes. La renovación de la licencia a Chevron indica que, a pesar de las amenazas de fuerza militar de la administración Trump, los negociadores llevan la delantera por ahora.

“La conclusión desafortunada es que para convencer a alguien de que renuncie al poder, hay que ofrecerle algo más atractivo que una celda de prisión.”

P: ¿Qué enfoque sería más efectivo y justo para lograr un cambio político en Venezuela? ¿Crear incentivos mediante la negociación, o forzar la salida de Maduro con máxima presión?

R: Solo podemos mirar el resultado del embargo económico a Cuba y la longevidad del régimen allí para ver que las sanciones económicas no funcionan para propósitos de cambio de régimen. Y no solo Cuba: mire la supervivencia de los regímenes en Irán, Rusia, Corea del Norte, casi cualquier país que EE.UU. haya sancionado.

Como mínimo, le dan a un gobierno autocrático un chivo expiatorio conveniente al que culpar de los problemas de su propia creación, y una excusa para reprimir aún más la disidencia. Al mismo tiempo, causan un gran sufrimiento, pero ese sufrimiento lo soportan los ciudadanos comunes, la mayoría de los cuales probablemente se oponen al régimen. Si el objetivo es incentivar la salida de un autócrata, la máxima presión tiene el efecto contrario. También lo tienen las amenazas de procesar o matar a los autócratas. ¿Qué dictador renunciaría voluntariamente si sabe que el resultado probable es la prisión o la muerte? Maduro vio lo que le pasó a Muammar Gaddafi y sacó sus propias conclusiones.

Existe una amplia literatura académica sobre lo que funcionó para acelerar las transiciones a la democracia en los años 80 y 90 en América Latina, por politólogos como Guillermo O’Donnell. A esos pocos que renuncian solo se les convence con promesas de amnistía, o se les engaña para que celebren elecciones limpias (como Pinochet), o son lo suficientemente visionarios como para reformar sus partidos para que sus sucesores puedan volver a competir en elecciones (el PRI de México y el Partido del Pueblo de Mongolia son ejemplos raros).

Estas fueron salidas negociadas que involucraron acuerdos de amnistía y promesas de que los militares retuvieran ciertos poderes. Esto fue profundamente frustrante para las víctimas de esos regímenes. Algunos de esos dictadores y sus agentes finalmente fueron procesados. Ha habido ejemplos de dictadores y sus funcionarios a los que se les ofreció amnistía y luego fue revocada por legislaturas o jueces, como en Chile y Argentina. Pero la conclusión desafortunada es que para convencer a alguien de que renuncie al poder, hay que ofrecerle algo más atractivo que una celda de prisión.

P: Un estudio publicado recientemente en The Lancet afirma que las sanciones económicas unilaterales tienen un efecto en la mortalidad similar al de la guerra. ¿Cuál es su percepción sobre las sanciones “sectoriales” o “económicas”? ¿Qué papel desempeñan en una política exterior progresista para Estados Unidos?

R: Uno debe ser claro al usar eufemismos como “sanciones sectoriales”, sobre lo que significan. Si un país solo tiene un sector, como Venezuela, esto equivale a una sanción a toda la economía y, por lo tanto, a la gente común que lucha por sobrevivir. Incluso el embargo a Cuba es bastante “permebale”, en el sentido de que casi ningún otro país lo reconoce, y hay muchas excepciones incluso para EE.UU.

Es probable que las sanciones de EE.UU. a Venezuela hayan matado a un gran número de personas, más que en Cuba. Incluso si fueran una herramienta política efectiva—que no lo son, como lo demuestra el gobierno continuado de Maduro—serían moralmente injustificables. Deberían levantarse unilateralmente, no como un regalo a Maduro—perdería su chivo expiatorio más útil—sino como una muestra de solidaridad con el pueblo venezolano, cuyo sufrimiento EE.UU. dice preocuparle. Hay otras herramientas, incluidas sanciones personales, que pueden apuntar de manera más efectiva a líderes individuales, e investigaciones criminales, como las que derribaron a Juan Orlando Hernández.

La perpetuación de las sanciones de máxima presión y los embargos a pesar de la falta de cambio de régimen plantea otra pregunta: si el cambio de régimen es el verdadero objetivo de esas medidas, o si sirven a otro propósito: proporcionar palanca para llegar a un acuerdo o, políticamente, mantener un villano extranjero conveniente para EE.UU.

“Hubo una ingenuidad general por parte de Biden y su equipo de política exterior. El genocidio en Gaza es el resultado del enfoque de solo zanahorias, sin palos, de Biden.”

Juan González (derecha) lideró las negociaciones de la administración Biden con Maduro desde su puesto en el Consejo de Seguridad Nacional. Foto: David Lienemann / Casa Blanca.

P: Juan González, ex director senior para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional bajo Biden, declaró en una entrevista con Guacamaya que: “Cuando asumimos el cargo, ya era evidente para la región que la política hacia Venezuela estaba siendo dictada por la dinámica política del sur de Florida, no por un plan serio para restaurar la democracia”.

¿Cree que los intereses de los exiliados venezolanos y cubanos en Florida están alineados con los intereses de la política exterior de EE.UU.? ¿Cómo han logrado tener tanta influencia?

R: El lobby cubanoamericano del sur de Florida ha sido uno de los lobbies más exitosos en la historia de EE.UU. Aunque no comparto sus objetivos políticos, debo reconocerles su eficacia y disciplina. Hay muy pocas áreas de interés en las que un grupo pequeño y organizado impulse una política a la que se opone, y que es contraria a los intereses de la gran mayoría de los estadounidenses. También simpatizo con las personas que han huido de su tierra natal debido a un régimen dictatorial y desean ver un cambio, incluso si estas políticas son contraproducentes para sus objetivos.

La diáspora venezolano-estadounidense de hoy es más pequeña pero se ha coordinado con el lobby cubanoamericano para impulsar políticas belicistas. Sin embargo, así como Venezuela está eclipsando a Cuba como la bestia negra de Washington, dos tendencias políticas menos favorables están socavando la influencia de los llamados Magazolanos. Primero, hemos visto a Florida pasar de ser un estado pendular que decide elecciones a un estado sólidamente republicano, uno que los demócratas ya no creen que necesiten ganar, o puedan ganar. Solía decirse que no se puede ganar la presidencia sin Florida; la victoria de Biden en 2020 demostró lo contrario. Segundo, estamos viendo un cambio de atención posterior a la Guerra Fría, de las dictaduras a la migración. Hoy, la política exterior de EE.UU. está impulsada más por el miedo a la migración que por el miedo al “comunismo”. Así, los estados que tienen mayor importancia están pasando de Florida a estados fronterizos como Arizona y Texas. Espero que veamos más incentivos para hacer tratos con dictadores, y podemos ver esto en la política hacia Venezuela y el disminuido poder de halcones como Rubio.

Con respecto a Juan, fue bueno que estuviera dispuesto a adoptar un nuevo enfoque, y tuvo razón al diagnosticar los vientos políticos cambiantes que le dieron a Biden la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, el enfoque de la administración Biden hacia Venezuela fue ingenuo, y el fracaso del Acuerdo de Barbados lo demuestra. Reconocieron que Maduro quiere alivio sancionatorio, sin embargo, pasaron por alto que él prioriza su propia supervivencia política por encima de todo, incluso por encima del bienestar de la economía venezolana o de su pueblo.

Esto refleja una ingenuidad general por parte de Biden y su equipo de política exterior. No se trataba solo de Maduro. La administración consintió a Bukele mientras desmantelaba activamente la democracia de El Salvador. Más trágicamente, en Israel, dieron un cheque en blanco y armas ilimitadas a Netanyahu, creyendo que actuaba de buena fe. Como Maduro, es una figura corrupta que solo valora su propia supervivencia política y necesitaba mantener una guerra en marcha para mantenerse en el cargo y fuera de la prisión. Hay que entender la dinámica política doméstica y los incentivos de cualquier líder extranjero, y hay que usar tanto zanahorias como palos. El genocidio en Gaza es el resultado del enfoque de solo zanahorias, sin palos, de Biden.

“Las sanciones sectoriales deben levantarse unilateralmente, no como moneda de cambio, simplemente sobre la base de aliviar el sufrimiento humano.”

P: Usted fue asesor de Bernie Sanders en América Latina durante su campaña de 2020. ¿Qué elementos clave propuso en relación con Venezuela en ese momento? ¿Cuáles serían útiles?

R: No puedo hablar por el senador Sanders, solo puedo hablar sobre mis propias opiniones y consejos que compartí con él durante la elección y desde entonces. Durante la campaña, el senador Sanders fue atacado por todos los demás candidatos del Partido Demócrata que veían su popularidad como una amenaza, y buscaron tacharlo de radical y simpatizante de dictadores, lo cual no era cierto. Si recuerda, llamó a Maduro un “tirano vicioso” durante su campaña. Ni él ni yo tenemos ilusiones sobre quién es Maduro. Por cierto, esto contrasta con muchos demócratas, que parecen creer que si simplemente razonas con un actor de mala fe, pueden ser convencidos de ser demócratas liberales, y con los republicanos, que piensan que se pueden obtener resultados simplemente mediante amenazas de fuerza. Pero los medios se centraron solo en la etiqueta “socialista”, que en EE.UU. básicamente solo significa que apoyas la sanidad universal. Significa algo muy diferente en Venezuela, al igual que en Chile o en Francia.

Mi opinión ha sido que el principio rector debería ser la solidaridad con el pueblo venezolano. No debería ser el cambio de régimen. Incluso aquellos que creen que el cambio de régimen sería un mejor resultado deberían reconocer que las elecciones por sí solas no conducirán al cambio de régimen, porque Maduro robará las elecciones. Sin embargo, también está claro que la máxima presión y las sanciones sectoriales tampoco conducen al cambio de régimen y son inhumanas. Deberían levantarse unilateralmente, no como moneda de cambio, simplemente sobre la base de aliviar el sufrimiento humano. Y si las elecciones fueran a ser viables en el futuro, es necesario hacer mucho más trabajo de base, con garantías de monitoreo efectivo y campaña.

P: ¿Qué esfuerzos multilaterales podría apoyar EE.UU.?

R: También reconozco que EE.UU. no tiene mucha credibilidad como actor neutral, y hay un papel mayor que deben tomar otros países. Es cierto que los esfuerzos de Brasil, México y Colombia tampoco han sido tomados en serio. Pero hay un papel que EE.UU. puede desempeñar para hacer que sus propuestas sean más viables aplicando presión selectiva y dirigida, y al mismo tiempo ofreciéndole a Maduro una salida.

P: Con las elecciones parlamentarias y locales de este año, la oposición se ha dividido en dos: entre quienes buscan la confrontación con la ayuda de Trump; y quienes proponen participar en elecciones y negociar con Maduro, aunque sigan en minoría. ¿Qué pueden hacer las fuerzas progresistas en EE.UU. para ayudar a la lucha por la democracia de Venezuela? ¿Podrían o deberían formular un enfoque alternativo a la “máxima presión”?

R: Creo que ninguna administración de EE.UU., ni los progresistas estadounidenses, deberían tener ilusiones sobre Maduro. Dada su profunda impopularidad, y la forma en que ve aferrarse al poder como una cuestión de vida o muerte, es improbable que cualquier elección bajo este gobierno sea libre o justa. Por esta razón, creo que la hiper concentración en las elecciones como objetivo probablemente sea una estrategia fallida, como lo muestra el enfoque de la administración Biden.

También es importante que EE.UU. no tome partido en disputas políticas internas, especialmente para una oposición históricamente dividida como la venezolana. Hay otros actores en la sociedad civil venezolana, aparte de líderes opositores específicos, que podrían usar apoyo. Algunos de esos grupos se han relacionado con el régimen, otros no, pero algunos han logrado ganancias graduales que han mejorado los servicios estatales, disminuido la represión y hecho la vida diaria incrementalmente mejor. No me corresponde a mí decirle a la oposición venezolana, o a su pueblo, qué hacer. Pero predigo que el cambio democrático será gradual, y es mejor jugar a largo plazo que creer en promesas de soluciones rápidas de la máxima presión y similares. Estas son fantasías contadas por políticos estadounidenses como Trump para ganar elecciones en EE.UU., no planes serios para ayudar a los venezolanos en Venezuela.

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